El director del Servicio Jesuita a Refugiados Venezuela comenta la labor que su equipo desarrolla en la frontera occidental del país para atender a los connacionales que están retornando. Explica cómo la pandemia del coronavirus agudizó la situación de los compatriotas que han huido a otros países de Latinoamérica, cuáles son las regiones más críticas y los grupos que se encuentran más afectados.
*Por Marina Piña/Fotos: cortesía Eduardo Soto
Sacerdote jesuita de 48 años de edad, con doctorado en Paz y Conflicto Social, ha vivido en primera fila la situación de los migrantes venezolanos, los acompañó en la crisis de Chacalluta en Chile, en junio de 2019, y ha estado presente en la compleja situación de la frontera colombo-venezolana.
Desde septiembre de 2019, es el director del Servicio Jesuita a Refugiados Venezuela (JRS), organización que cuenta con un equipo de 42 personas, entre ellos, abogados psicólogos, psicopedagogos, educadores, politólogos, teólogos, sacerdotes, administradores, que acompañan psicosocialmente a las comunidades en la frontera colombo-venezolana y a las familias que han dejado atrás.
En Venezuela, las fronteras siempre han sido zonas críticas, sobre todo la que compartimos con Colombia, que en los últimos años se ha convertido en la puerta de escape y aprovisionamiento de los venezolanos. En este tiempo de pandemia, cuando miles de personas retornan al país a través de esa frontera ¿cuál es la visión en el JRS de esa situación?
“Obviamente, las fronteras siempre han sido muy vulnerables a las enfermedades infecciosas. Recordemos que es allí donde se registraron los primeros casos de malaria, de zika, de chicungunya. Nuestra frontera con Colombia es muy variada, muy porosa, entra y sale gente, no solamente por los pasos legales sino por las trochas y, también, hay un paso fuerte por la zona selvática, tanto por la parte de la sierra de Perijá como por la de San Camilo. Ahora, en el caso del Covid-19 viajó por avión, por lo cual al principio estábamos tranquilos, pero al multiplicarse los casos en Colombia y en Brasil, se abrió la posibilidad del contagio, porque lamentablemente muchos de los que migraron a Colombia, en años recientes, empezaron a regresar en el contexto de la cuarentena, no sabemos si con intenciones de permanencia o para volver a salir. Esas personas vienen de ciudades donde ha habido más de 500 o mil casos de Covid-19, hay un temor de que traigan la enfermedad y eso ha generado el cordón epidemiológico en las fronteras. El Gobierno y los militares tienen ese sistema de protección, de bloquear la frontera -que fue la primera medida que se tomó- y cuando se cierra la frontera se genera también toda una dinámica paralela porque la gente vive de la frontera, vive del ir y venir. Toda su vida está organizada y orquestada en que tiene cerca a otro país, de un lado y del otro. Además del cierre de frontera que es una complicación por sí mismo, está el temor de que vengan contagios, las sospechas, se generan toda una serie de cosas que complica mucho el trabajo en frontera”.
Y con las sospechas viene el rechazo, la xenofobia.
“En este caso no sería xenofobia, porque los que están retornando no son colombianos, son venezolanos. Hay rechazo y hay discriminación. La xenofobia sí está ocurriendo fuera del país, allí hay lo que se llama la xenofobia o ’venefobia’. Por muchísimos factores, nosotros en Venezuela tenemos un modo muy particular de vivir y entender las leyes, nuestras responsabilidades, de entendernos como vecinos y eso es muy distinto en otros países. Este conflicto cultural ha chocado y, lamentablemente, los que están pagando los platos rotos son los venezolanos de menos ingresos que están en esos países, porque los rechazan, no los aceptan, no los consideran educados, pero es un conflicto cultural, porque somos distintos. Aparte de otros problemas provocados por situaciones lamentables y desesperadas de algunos migrantes que no han tomado el camino correcto, pero eso no es excusa para la xenofobia. Porque alguien que comete un error debe ser acompañado y, además, estas personas no están allí por voluntad propia, se fueron forzadamente porque entendieron que aquí estaban limitados sus derechos, sus posibilidades o su salud estaba comprometida o su seguridad. Decidieron tomar el camino de la migración y ahora estamos en esta situación, porque muchos de ellos no tienen una red de protección, no tienen ni siquiera un techo donde cobijarse y están devolviéndose”.
¿Ustedes manejan cifras?
“Estamos hablando de 5 millones de personas que están fuera de Venezuela, que se han ido en varias etapas, siendo la más fuerte la ocurrida desde hace cuatro años, cuando se ha ido el contingente más alto. Nosotros hemos trabajado como organización en la ruta migratoria segura. No promovemos la migración, lo que hacemos es informarle a la gente de las dificultades que presenta y ofrecemos información sobre cómo se daría más fácil el proceso de migrar”.
En este momento, ¿en cuáles países de América es más complicada la situación para los venezolanos?
“La situación más complicada se está presentando en Perú, Ecuador y Colombia. ¿Por qué? Recordemos que el año pasado, hubo un cambio sobre el modo en que los venezolanos eran recibidos en estos países, sobre todo en Ecuador y Perú. Antes podíamos ir con una visa de turista, no había problema. Eran países que no tenían interés para el venezolano en general, más bien nosotros recibíamos peruanos y ecuatorianos y, en cuatro años, todo empezó a cambiar”.
¿Cree que fue por un cambio político?
“No, el cambio es que ahora el venezolano necesita visa para poder ir a estos países. ¿Qué significa esto? Que si tú tienes un plan migratorio cuyo objetivo final es Chile y estás en Colombia de paso, al poner una barrera en Ecuador, otra en Perú y otra en Chile, ¿cómo llegas a Chile?. Si vamos de vacaciones y pasa algo que te obliga a estar en ese lugar por una semana más, pues nos desesperamos completamente, nos quedamos sin recursos, no sabemos qué hacer. Imagínate la gente que se fue pensando que iba a llegar a Chile o a Perú y se ve confinada en Colombia, porque no posee la visa consular que debió haber solicitado en su país de origen para poder ingresar en territorio peruano o chileno. Eso les cambió su plan migratorio, y lo cambió no por voluntad sino porque no le quedaba de otra. Esto hace que, en los últimos años, haya mucha gente que se ha tenido que quedar en Perú, o en Ecuador, o forzadamente en Colombia, sin deseo de estar allí. Querían salir de Venezuela, pero no tenían como destino final el lugar que les tocó. En el contexto de la pandemia se han dictado medidas restrictivas como la cuarentena y estos venezolanos -más de un millón ochocientos mil que viven de la economía informal entre Colombia y Ecuador- (95% de la última migración) ¿cómo resuelve si está sin familia, con un plan migratorio que no se cristalizó, fuera del país porque no han cambiado las circunstancias que lo obligaron a irse?” .
¿Qué ha puesto en evidencia el Covid-19 respecto a la migración?
“El Covid-19 lo que hace es evidenciar lo que ya existía, lamentablemente, una discriminación, una política errática, no ha habido una respuesta autentica, humanitaria, global o regional para los venezolanos. Cada país define en cuanto a sus limitaciones, a sus miedos, a su seguridad y no atendiendo el problema humanitario que es lo que nos preocupa: mujeres, niños, hombres que están en una condición de extrema vulnerabilidad. Esta respuesta fragmentada ahora es mucho más evidente y con el Covid-19 debería haber una respuesta unitaria, porque a todos los países nos está afectando, en distintos niveles. ¿Por qué no se da una respuesta regional, unidos todos y cada quien, desde su fortaleza? Pero no, cada quien en lo suyo, una dinámica fragmentaria, egoísta, sectaria, nacionalista, que no es eficaz, porque lo triste es que no es eficaz. ¿Tú crees que el FMI va a negar una ayuda a una iniciativa de todos los países en conjunto? No la niega y todos se verían beneficiados. Parecen que no nos han dado tan duro como para empezar a pensar de una manera distinta y esto es fuerte, es algo que nos está cambiando a todos. La gente se resiste a los cambios, pero esto va a modificar hasta la manera de relacionarnos”.
Bueno, vemos que algunos solo ven cómo cuidar su parcela, su nevera…
“Son como dos dinámicas que se activan. Una que es la del sobreviviente que es la del yo, yo, yo. Y la otra que es la parte afectiva, solidaria, de sentirnos que somos uno, independientemente de dónde vengas tú, que estamos atravesando la misma situación, tenemos los mismos temores, estamos en el mismo suelo, bajo el mismo cielo y que tenemos que atravesar el mismo umbral, el mismo puente. Tenemos que ver cómo hacer para que todos podamos pasar y salir de esto”.
¿Cómo ayudan ustedes en el JRS al migrante y con qué recursos cuentan?
“Somos 42 personas, un grupo de profesionales, abogados, psicólogos, psicopedagogos, educadores, politólogos, teólogos, sacerdotes, administradores, que tenemos un trabajo presencial que se basa en un acompañamiento psicosocial en las comunidades. Escuchamos a las personas, conocemos de sus necesidades y tratamos de apoyarlas y ayudarlas a mejorar sus condiciones de vida y a tomar las decisiones correctas. Siempre planteamos nuestra labor en alianzas con otras organizaciones, fundamentalmente con las de la Compañía de Jesús, en las parroquias, nuestros colegios, Fe y Alegría, IRFA, Cerpe, Centro Gumilla, Huellas. Todo nuestro trabajo se concibe siempre en red. Por ejemplo, con los jóvenes siempre pensamos en Huellas, también privilegiamos las comunidades donde está Fe y Alegría, porque sabemos que ellos ya han hecho el mapeo de las necesidades y nosotros integramos su propuesta como unitaria. También estamos integrados en la Red Clamor, formada por todas las organizaciones de la Iglesia”.
Específicamente, ¿dónde realizan el trabajo?
“Tenemos cuatro oficinas de campo en Maracaibo, Guasdualito, San Cristóbal y en Caracas, donde además está la regional. En la frontera con Brasil no tenemos oficina, precisamente íbamos a Boa Vista con la gente de la UCAB Guayana y el provincial para ver las posibilidades de articular algo allá, ya que estamos interesados en estar donde más nos necesiten. Aunque no trabajamos aún en la zona sur del país, el Servicio Brasil sí labora en Boa Vista y monitorea la frontera, y esperamos tener una alianza con ellos, similar a la oficina binacional que tenemos en Arauca- Guasdualito con un equipo de 16 personas”.
La zona de Guasdualito-Arauca es muy difícil. Por años se ha denunciado el apoderamiento de los niñas y niños de la región por parte de la guerrilla.
“Nosotros hacemos un trabajo humanitario y para nosotros lo más importante es la gente y por eso el acompañamiento es clave. Nosotros lo que queremos es que la gente tenga mejores condiciones de vida para que tome mejores decisiones. La gente nos quiere, quiere que trabajemos con ellos, nos reclama, nos busca. No somos una amenaza para las comunidades, todo lo contrario, trabajamos con ellos, les damos talleres, buscamos recursos para apoyarlos, ayudarlos y mejorarlos, es un trabajo paso a paso, codo a codo. Allí tenemos una presencia tradicional, porque los jesuitas hemos estado en Guasdualito desde hace muchos años, aunque ahora no hay presencia sacerdotal en esa zona, pero continuamos en El Nula. Somos reconocidos como agentes humanitarios por todos los sectores vivos de la sociedad altoapureña, lo cual nos permite forjar la reconciliación, nos permite extender una línea clara, muy clara, sobre hospitalidad y reconciliación. Nosotros estamos convencidos, como venezolanos, que estamos llamados a buscar caminos de reconciliación entre nosotros, pero esa reconciliación empieza por nosotros mismos, una reconciliación interior. Estamos muy heridos como individuos, como familias, como comunidades, como sociedad”.
¿Los ciudadanos solo buscan asistencia?
“La gente no se limita a pedir o a que le den algo, sino que se inicia una relación de acompañamiento, de cercanía, de búsqueda conjunta, de esperanza. Tenemos una parte de asistencia alimentaria que es crucial; otra por el Covid 19, con los kits de higiene para que puedan limpiar su hogar y asearse a sí mismos; también apoyamos emprendimientos, para que la gente piense distinto, sea creativa y que eso incida en la propia comunidad, y dictamos talleres enfocados en los temas tema de la violencia de género, políticas migratorias, derechos humanos. Tenemos programas de protección a los niñas, niños y adolescentes en las escuelas, estamos trabajando con los niños que quedaron atrás, al cuido de las abuelitas, los hermanos mayores o algún vecino. Trabajamos en visibilizar lo que está ocurriendo en la frontera, alertar a tiempo y tener informada a las organizaciones, tanto de la Compañía de Jesús como de la Iglesia católica, para que el tema de la migración no se engavete. Cumplimos con el segundo lineamiento dado por el Padre General: el acompañamiento a las personas descartadas, a los descartables de la sociedad”.
Estás desde hace poco tiempo al frente del JRS. Cuando comenzaste y conociste al equipo de trabajo ¿sentiste lo que movía a estas personas al servicio? ¿Qué los hace levantarse todos los días y trabajar en esta área tan dura?
“Este equipo ama profundamente a Venezuela, trabaja para que en el país se pueda vivir con dignidad, para que todas las personas, las comunidades, tengan sus derechos, para que no exista la discriminación, la desigualdad de oportunidades y para que todos tengan acceso a lo que necesitan para desarrollarse humanamente”.
Esta situación en que vivimos sumergidos, a veces, nos hace dudar.
“Nos hace, pero ¿A ti no te ha pasado que cuando limpias el baño o la cocina y ves una mancha grande que no se quiere quitar, dices esa mancha no me va a vencer, ahora le doy más duro? Así estamos nosotros. Ahora, con el contexto del Covid-19, nos hemos integrado más, nos hemos comunicado más, nos hemos apoyado más que si estuviéramos cada uno en su oficina. Todo tenemos que reorientarlo, reordenar la cadena de mando, de toma de decisiones, de acciones. Claro, la gente está asustada, esto es una cosa que jamás pensamos íbamos a vivir, sólo en películas. Hay gente que tiene más herramientas, lo religioso ayuda muchísimo y no es por hacer proselitismo, pero lo religioso te da un modo que no se interrumpe, pase lo que pase. Es un ritmo que te va acompañando y que hace que no te sientas solo”.
Eduardo Soto realizó su Tercera Probación en la localidad de Cochabamba, Bolivia. Mientras realizaba su doctorado en Paz y Conflicto Social, en Canadá, vivió en una casa con exconvictos, acompañándolos en su proceso de reinserción en la sociedad. Esa experiencia le ha servido en su práctica, porque como él dice son “cuestiones aplicables a toda persona que ha sido estigmatizada”.
¿Cuántos de estos miles de venezolanos que retornan habrán sentido la estigmatización, el rechazo, la discriminación?.//