Arturo Peraza, S.J.: La democracia no funciona si no hay limitación al poder

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“El venezolano valora mucho el elemento de poder elegir, poder votar, poder indicar qué es lo que él desea  y no acepta fácilmente las imposiciones. Puede guardar silencio, pero ese silencio no es aquiescencia”, sostiene el rector de la UCAB, quien reflexiona sobre la importancia de fortalecer las nociones de ciudadanía y los valores democráticos en la población

*Por Marina Piña

Nació hace 58 años en Caracas. Es sacerdote de la Compañía de Jesús, abogado egresado de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Ha prestado servicio en comunidades cristianas, en la docencia, como defensor de derechos humanos, como provincial de los jesuitas en Venezuela, director de la Revista SIC del Centro Gumilla, vicerrector de Extensión de la UCAB en Ciudad Guayana y, desde el pasado 2 de mayo, está al frente de la rectoría de esta casa de estudios.

Peraza cree que actualmente se está  presentando un proceso interesante en el país, donde parece abrirse otro modelo de oportunidades y relacionamiento distinto entre la sociedad civil y el Estado. Sobre su rol como sacerdote y rector siente que, como el resto de los venezolanos, está llamado a no esperar que las condiciones se den, sino a crearlas “para que las cosas se den”.

El pasado mes de mayo, la UCAB hizo un reconocimiento público, a través del otorgamiento del Premio Valores Democráticos, a Román Duque Corredor, Alfredo Infante, S.J., Roberto Patiño, a la Universidad Central de Venezuela y a la Universidad de Los Andes, por el trabajo que llevan adelante en la formación y promoción del desarrollo de ciudadanía en la población.  ¿Usted cree que los venezolanos tenemos arraigados esos valores? ¿Cuáles de ellos nos resistimos a abandonar? ¿De cuál democracia hablamos?

“Yo creo que hay dimensiones de la democracia que los venezolanos destacamos de una manera fuerte e importante y hay, quizás, otras que no valoramos en las mismas condiciones y que, por lo tanto, nos ha traído problemas a lo largo de la historia sobre la construcción de nuestra democracia. Uno de esos elementos socialmente importante es la búsqueda de la igualdad, tanto en la Guerra de Independencia como en la Guerra Federal y, después, en las luchas sociales de lo que significó el concepto de democracia a principios del siglo XX.  En las guerras mencionadas se generaron procesos de igualación social y rompimiento de los estamentos que eran el fundamento en la sociedad desde el siglo XVII hasta el XIX. En el país se avanzó muy rápido en ese proceso, más que en otros de América Latina, aquí por las circunstancias que fueran estuvo muy al eje de lo que nosotros llamamos independencia, lo que llamamos federalismo, que continuó con la palabra democracia. Cuando Venezuela se vuelca al movimiento democrático le preocupa el acceso a la tierra, las condiciones de superación socioeconómica, las condiciones de trato igualitario de todos los ciudadanos. Ese elemento de la dignidad de la persona está muy al centro del discurso del venezolano que dice  ¡respéteme como ciudadano!”.

¿El elemento de igualdad subsiste más que el de libertad?

“Sí, sin duda. Para el venezolano democracia es igualdad de oportunidades, es tener acceso a…, es tener la posibilidad de…  y, en ese sentido, todo lo que niegue la posibilidad de esas condiciones de acceso y de desarrollo de vida -en términos sociales- es una negación del concepto democrático. Yo siento que es un elemento a ser considerado cuando tengamos que retomar el concepto de democracia en Venezuela, porque es una dimensión fundamental que, quizás, a final del siglo XX, se dejó soslayar y eso hizo naufragar el proyecto democrático que se llevó durante el período de la Constitución del año 61, fundamentalmente, ese proceso de 40 años que vivió la república. La igualdad estuvo muy presente al principio de este proceso democrático que se inicia desde 1958, que tiene elementos fundamentales en el Pacto de Punto Fijo y en el Pacto Constitucional de 1961; luego se va desdibujando en el camino y se van perdiendo estos elementos de solidaridad, de acceso a programas sociales, de posibilidades de transformación y de elevación de las condiciones de vida.

Lo segundo que me parece importante, y que, efectivamente, sí está en el universo del concepto democrático venezolano, tiene que ver con la libertad, la autonomía.  Nuestra sociedad tiene una ventaja-desventaja, tenemos cierta tendencia a la anarquía, es decir, yo creo que cada cual se hace su vida y eso tiene un conjunto de desventajas clarísimas para el concepto de democracia, pero innegablemente, a la vez, hace difícil los elementos de autoritarismo y, muy especialmente, las líneas totalitarias en Venezuela. Esa intención naufragó por este elemento prácticamente anárquico que está en nuestra cultura, que respeta mucho el hecho de que cada cual hace lo que mejor cree que debe hacer. Resulta como complicado manejar una sociedad que no está acostumbrada a las estructuras corporativas y que no se adapta fácilmente a ellas”.  

Es decir…que esa cosa mala nos ha salvado

“Claro, en algún sentido, claro que nos ha salvado. El venezolano valora mucho el elemento de poder elegir, poder votar, poder indicar qué es lo que él desea y no acepta fácilmente las imposiciones. Puede guardar silencio, pero ese silencio no es aquiescencia, quizás es la prudencia de tener que decir ‘ya veremos si hay una mejor oportunidad’. Eso ocurrió en 1957, en 1952, con el Gobierno de Marcos Pérez Jiménez, unas elecciones manidas que no tuvieron legitimidad, que el venezolano se vio obligado a someterse a una trampa, pero eso no significó que en aquellas elecciones ganó Marcos Pérez Jiménez, en virtud de una estructura autoritaria que él intentó imponer en Venezuela. Termina cayendo.

«En Venezuela tú puedes tener distintas circunstancias en donde, efectivamente, los elementos autoritarios aparecen, como en el gomecismo y en otros momentos de la historia, pero eso no significa legitimidad; no es que no sea poder y hay que recordar que uno tiene que distinguir la palabra poder de legitimidad. Confundir las dos palabras es un error. Eso pasa con mucho autoritarismo e, incluso, en el presente tenemos este punto de la legitimidad como un punto crítico en la gestión que se está llevando actualmente del Estado y que ha generado fracturas muy importantes en el reconocimiento frente a un sector, muy importante, de la población venezolana que no le otorga legitimidad al régimen, lo que no significa que este régimen no tiene poder. Debo insistir en la distinción de las palabras«.

Hay un elemento, en esto de la anarquía, que tendría que señalar: en el concepto de democracia sí se requiere, además, una estructura normativa, porque supone la convivencia de los distintos. Y esta norma genera un principio de igualdad y equidad entre todos los que integran ese proceso. Y aquí tenemos un problema”.

¿Un problema de civilidad?

“Sí, he ahí donde tenemos el problema. Este libertarismo individual que hay en Venezuela, donde yo hago lo que a mí me parece y como me parece, que culturalmente lo puedes hallar en el barrio cuando cada cual prende su aparato de sonido al volumen que quiere, sin tomar en cuenta el impacto comunitario que generas con esa conducta, o el ejemplo clásico de los motorizados en la avenida Sucre viniendo a contrasentido y no pasa nada. Esto nos indica que hay una dimensión del elemento democrático que es fundamental y que, quizás, es lo que genera ciudadanía: la civilidad. Este elemento que especialmente agrega la República Romana, el hecho del derecho como un modelo de estructuración de las relaciones sociales sobre la cual todos somos tratados de igual manera y hay unas reglas de conducta que valen igual para todos los ciudadanos, no importa cuál sea su posición, en Venezuela, lamentablemente, presenta problemas.

En ese proceso de formación de democracia en el país, ¿cuánto pesa el centralismo?, ¿cuánto pesa la descentralización?, ¿nos perdimos en ese camino iniciado con la COPRE –Comisión Presidencial para la Reforma del Estado- en los años 80 del siglo pasado?

“Yo creo que la descentralización fue una de las cosas que nunca se compró. La descentralización significa la capacidad de establecer reglas, normativas que generan igualdad de condiciones entre los distintos actores que tienen distintas funciones, entendiendo que cada cual tiene sus autonomías y que éstas están en relación sobre la base de una norma común que nos gobierna, lo que pone límites a mi poder como pone límites al poder del otro. Eso es lo que supone una estructura federal. Dado lo que yo acabo de decir, eso genera miles de inconvenientes. Cuando se propuso el tema de la descentralización en Venezuela, ni siquiera los partidos políticos compraron la idea, más bien la vieron como una pérdida del poder real de las organizaciones centralizadas, léase Acción Democrática, Copei, y de sus entidades de gobierno nacional que tenían capturado un poder desde Caracas con organismos centralizados”.

Pero…¿y el resto del país?

“Bueno,  ese es el problema, quizás no se ve reflejado y, por tanto, el desarrollo termina siendo desigual.  En el centro, el desarrollo tiende a ser preponderante y en las regiones a ser marginal e incluso en las mejores versiones de desarrollo regionales, como fue el caso de Ciudad Guayana, lamentablemente terminan siendo posiciones de enclave. ¿Qué quiere decir de enclave? Cuando tengo una ciudad con una capacidad de desarrollo muy interesante, sobre la base de un elemento de producción, como eran las empresas básicas de la energía eléctrica. Aquello tenía un fundamento económico y una estructura de ciudadanía que permitió algún nivel de poder, pero un universo de límites, que hoy en día los están viendo. El fundamento de ese proceso también tenía muchos límites, entre otras cosas porque no era verdad que la ciudad controlaba sus propios recursos y elegía qué se podía hacer en el contexto de un marco nacional de desarrollo, sino que la gestión se gobernaba desde Caracas y el resultado lo tenemos a la vista. Ciudad Guayana es una de las ciudades con menos acceso a gasolina a nivel nacional, por no hablar de la energía eléctrica o el acceso al agua. Siempre he repetido una frase: esa ciudad tiene los dos ríos más grandes del país, pero no tiene ni una gota de agua en los tubos. Eso es así y hay detrás un problema de gestión y autonomía, porque en qué sentido el Estado y la ciudad pueden gestionar el problema del agua sin depender de otras instancias centralizadas. Ese es el quid”.

En la coyuntura actual tenemos asomos, momentos de civilidad, de esa posibilidad de diálogo, de convivencia civilizatoria, pero ¿por qué eso no se afianza?, ¿por qué eso no se acentúa?, ¿por qué dejamos que lo arrope esa especie de oscurantismo?

“Yo creo que, efectivamente, han ido apareciendo elementos muy interesantes que vienen de tiempo atrás y que, en este momento, adquieren una fortaleza muy particular. Tú vas viendo una suerte de protagonismo de la sociedad civil, que no solamente aparece condenando sino que es actor, que está financiando cada vez más, de manera importante, al Estado. Aquí hay una relación inversa a la que estábamos acostumbrado durante el rentismo, cuando fundamentalmente el Estado financiaba a un menor de edad que era la sociedad económica y la sociedad civil venezolana, porque todo los recursos del PIB, fundamentalmente producido por Venezuela, entraba a las arcas del Estado y después drenaba sobre las empresas o la sociedad civil. En este momento no es que la relación ha cambiado totalmente, pero cada vez más el Estado ha tenido que voltear hacia la sociedad civil y decir que, para sostenerse, necesita recursos que produce el estamento social, y eso ha generado un cambio en la relación.

Este es un cambio en el cual veo oportunidades, oportunidades de civilidad, porque las empresas, los negocios privados, generan un modelo sociocultural totalmente distinto, que no es el dame, sino que tengo que organizarme para producir, hay una estructura y tiene que funcionar bien, tiene que tener sostenibilidad. Hay todo un trabajo económico que hay que llevar adelante para que efectivamente eso pueda tener la capacidad de sostenerse en el tiempo, producir recursos y pagar impuestos. Antes esto no era requerido en los mismos términos. Esto hace que la sociedad se vea a sí misma de una manera distinta, no voltea al Estado y le dice dame recursos. Lo que le estamos diciendo al Estado es permíteme funcionar juntos, yo no necesito de tus recursos, yo lo que necesito es que no me trabes. Si tú no me trabas, yo actúo. El problema es que el Estado no ha permitido todavía esa libertad, por problemas ideológicos, políticos, pero cada vez más está avanzando en esa dirección de no trabar.

Esta nueva relación, en donde la realidad obliga al Estado a soltarse y a tener que aceptar condiciones de la sociedad económica, no la conocíamos los venezolanos y creo que eso genera un nuevo modelo de relacionamiento que puede tener nuevas oportunidades, en términos de un Estado que tiene que aceptar que hay reglas que van más allá de él mismo y de su aparente absoluto poder.  No estoy diciendo que hemos ganado, de ninguna manera; estoy diciendo que hay la eclosión de algunos elementos que pueden apuntar en esa dirección y que tiene componentes de virtudes. También va a tener problemas como toda dinámica social dialéctica y la dialéctica significa que hay elementos de oportunidades y elementos también que son negativos, que entran en conflicto dentro de un modelo y eso siempre va a pasar. Los modelos tienen tensiones internas. Pero en este caso miras la obligación de civilidad, porque tengo que ocuparme como ciudadano de las cosas del país, porque estoy financiando con mis impuestos cosas, y eso genera una relación totalmente distinta a una renta petrolera con la cual yo no tengo nada que ver. Estamos en un proceso muy interesante en donde parece abrirse otro modelo de oportunidades y relacionamiento distinto, que puede apuntar a un mediano y largo plazo a la reconstrucción de elementos, incluso de la democracia. Porque la democracia es un ejercicio de ciudadanía, de ciudadanos empoderados, que logran ponerle límites al Estado.

La democracia no funciona si no hay limitación al poder. No hay modo que una democracia funcione sin generar límites al poder, por eso es que uno dice que este sistema tiene un problema de democracia porque el poder del Estado no aparece limitado, genera sólo límites que él cree que tiene que autogenerarse, pero no porque hay unos límites efectivos que el Estado acata. Usted ve lo último que ocurrió sobre los casos de corrupción, yo puedo entender la emergencia de atacar el problema de corrupción y comparto la idea, pero cuando usted rompe la estructura normativa, usted queda ilegitimado para hacerlo, en eso y en otras cosas más y con otros sujetos y con cualquier implicación. Y este es el problema del rompimiento del Estado de derecho, genera inseguridad porque al final rompe el esquema democrático, en términos de igualdad y participación ciudadana y establecimiento de reglas comunes para todos los actores. Y por el otro lado, en término de inversión económica, significa que cualquier otro actor dirá: ‘bueno, si a mí me puede pasar esto, qué recursos voy a meter yo en ese país que genera este nivel de inseguridad jurídica, porque todo depende de la voluntad del sujeto que está en el poder’. Ciertamente, los recursos serán los menos, con mayor capacidad de capitales golondrinas, lo que significa capital de muy corta duración y que, abusivamente, muchas veces exige de nuevo una rentabilidad máxima, asfixiando realmente la economía”.

Usted resaltó en la entrega del Premio Valores Democráticos que los ganadores  eran un reflejo de la importancia de la formación en esa área. ¿Cuál es el sentido que tiene el término ser ciudadano para las personas que viven bajo un nivel de pobreza que llega a la subsistencia? Podríamos preguntarnos, como lo hizo en su momento un asambleísta al referirse a la sociedad civil: “y eso ¿con qué se come?”

“Me parece interesante lo que dijo Saray Figueredo, líder comunitaria de la parroquia Santa Rosalía de Caracas, quien recibió el premio a nombre de Roberto Patiño. Ella narra cómo el trabajo que realiza Patiño le dio la oportunidad de hacerse sujeto de su propio proceso. Esta joven tiene una experiencia en donde es claro que hay un tema de desarrollo social. Lo que hace Patiño es crear habilidades, oportunidades y competencias, eso hace que uno se haga, no que le hagan. Yo soy el que aprende a hacer, aprende a construir y esto, a la vez, genera esa condición de ciudadano, porque soy productor. Este elemento lo destaca Locke en su teoría política: ¿Quiénes participan en el Pacto Social? Aquellos que son productores de una u otra manera, donde soy el sujeto que logra transformar de una u otra manera la realidad y me logro sostener a mí mismo. Esto es fundamental para crear condición ciudadana y es justamente lo que necesitamos formar.

Aquí hay un vínculo muy estrecho entre el elemento económico y el elemento de ciudadanía. Cuando yo me siento una persona digna por el ingreso que tengo, por el elemento de igualdad económica, en esa misma medida, y no porque el Estado me hace favores, sino porque me genera las oportunidades para yo poder ser productor, en esa misma medida yo voy desarrollando condiciones de civilidad. ¿Por qué? Porque me siento en la necesidad de participar y coparticipar con otros en ese mismo proceso, de generarme y generarle a otros oportunidades. Para ello necesito reglas, reglas que generan normas, normas que generan límites, límites que efectivamente propendan a una relación jurídica donde todos estamos en condiciones de igualdad. Ese es un proceso formativo virtuoso, genera ciudadanía”.

¿Qué tenemos para impulsar ese proceso formativo?

“Lo que estamos haciendo en emprendimientos es importante, aunque sea emprendimientos de subsistencia. El ciudadano ha aprendido que no puede esperar y que tiene que hacer algo. Esto me parece que es un gran logro. Yo creo que este proceso de necesidades también tiene la virtud de generar dinámicas dentro de la población que requieren formación y acompañamiento y que estos procesos pueden generar elementos virtuosos a nivel de la moral cívica. La moral cívica no es predicar un conjunto de valores abstractos, sino mostrar cómo eso, subjetivamente, termina siendo funcional para la propia subsistencia. Aprendo valores cívicos porque entiendo que, solo si hay condiciones de civilidad, yo obtengo ganancias y esto es lo que me permite ser ciudadano”.

Para Arturo Peraza ¿Cuál es su reto país como rector y como ciudadano? Si es que puede separar esos dos aspectos

Yo creo que el reto país va muy atornillado con mi condición de sacerdote, tiene que ver con acompañar y fortalecer esperanzas. Esas esperanzas son concretas, no son abstractas. Son las esperanzas de estas personas que están haciendo un ejercicio importante por ser emprendedores de subsistencia y quieren elementos para poder mejorar sus condiciones de vida. Son las esperanzas de los muchachos que quieren estudiar y desarrollar habilidades y competencias y quieren tener una vida digna para sí y para su familia. Tiene que ver con los profesores que están transmitiendo conocimientos y están esperando un país mejor.

La universidad primero señala aquellas condiciones que nos están trabando, que no están permitiendo desarrollar esa posibilidad, pero lo más importante es dónde están las ventanas que nos pueden abrir marcos hacia el futuro y cómo acompañar esas ventanas. Yo no estoy diciendo que en el país hay puertas, me encantaría que las hubiera, en otras circunstancias, en otra Venezuela con otras oportunidades distintas. Pero esta es la Venezuela que me tocó vivir y aquí el problema es cómo desde las pequeñas rendijas, las ventanitas, podemos  abrirle un conjunto de posibilidades a la ciudadanía.

Y eso es lo que nos toca acompañar, con las habilidades y competencias que tiene la universidad, las estructuras que tiene para formar, para desarrollar oportunidades, para acompañar a las empresas en el proceso productivo y poder vislumbrar oportunidades allí donde parece que no las hubiera. Yo siento que los venezolanos estamos llamados a no esperar que las condiciones se den, sino a crear las condiciones para que las cosas se den y eso es lo que tiene que hacer la universidad y en ese plan estoy yo. No estoy en el plan de seguir presentando motivos para la depresión y la tristeza, que son muchos y los puedo entender.  Al final del día el problema es cómo,  en medio de la noche, yo veo la estrella de Navidad y digo… ahí está la esperanza”.   

*Fotos: Manuel Sardá

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